EL CORAZÓN SE INFARTA...

CUANDO SOBREVIENE LA INGRATITUD...
 
¿Por qué seremos tan ingratos?
¿Por qué le damos lugar en nuestros corazones a ese sentimiento tan diabólico?
¿Es que somos incapaces de ver lo bueno en otras personas?
¿Acaso hay alguien perfecto?
Y si los hay... ¿seremos nosotros los perfectos?
 
La enfermedad del siglo es el estrés. Y éste es provocado por el estilo de vida del siglo veintiuno: Rapidez. Mientras más rápido hago las cosas, más cosas hago. Y más me alejo de lo verdaderamente importante: vivir cada día como su fuera el último. Y me evito ser feliz. Estoy afanado buscando mi propio sueño americano. Necesito estirar el tiempo aún a costa de no darle un beso de despedida a mi esposa. Aunque deje a los niños en el colegio sin decirles adiós. Sin darles una bendición. No hay tiempo para eso. Necesito llegar pronto al semáforo para poder pasar a tiempo y llegar a mi trabajo justo antes de la hora...
 
El proverbio árabe dice: El compañero antes del viaje y el vecino antes de la casa... ¿Qué significa esto? Primero los demás, después yo. Primero el beso a mi esposa. Primero la bendición sacerdotal a mis hijos. Primero mis ejercicios espirituales. Primero mis ejercicios físicos. Primero mi relación con Dios. Primero mi lectura bíblica... Primero mi oración diaria...
 
Pero no. No hay tiempo para eso. Son cursilerías del siglo. He estudiado para ganar dinero. Me quemé las pestañas como decimos en Guatemala, para alcanzar mis metas. Los demás que esperen. Hoy lo que urge es ganar el cheque del mes. Ahorrar para comprar la casa. Ahorrar para el viaje de vacaciones. Trabajar para tener más... Pero... ¿mas de qué? ¿Más dinero para pagar el hospital cuando nos de un infarto al corazón? ¿Más dinero para pagar una buena caja de muerto? ¿Más dinero para pagar la casa que se quedará vacía cuando los hijos se vayan? ¿Más diplomas para colgar en la pared sin que la esposa los vea? ¿Más dinero para comprar un terreno en el cementerio...?
 
La ingratitud se manifiesta cuando le damos prioridad a las cosas y no a las personas. La ingratitud enferma el corazón porque éste fue hecho para ser agradecido. Primero con Dios y luego con los demás. El corazón se infarta cuando abrigamos en él sentimientos de egoísmo. Cuando creemos que lo merecemos todo. Cuando creemos que todos tienen la obligación de darnos lo que necesitamos sin hacer nada para merecerlo. La ingratitud es el síndrome adámico que no supo que estaba traicionando a su Creador cuando le dio el huerto y comió de lo que le dijo que no comiera...
 
Por algo la Biblia ordena: Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón. Porque de él vienen los pensamientos de ingratitud. Ser ingrato con los que nos hicieron bien es el colmo de la ingratitud. Ser mal agradecido con aquellos que nos ayudaron en el pasado y se fueron de nuestro lado es el colmo de la ignorancia. Y eso enferma el corazón. Y, créame... sale caro aún cuando quedemos con vida...
 

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