¿QUIÉN TE ENSEÑA?

Esto es algo que hoy se ha perdido entre los ministros de Dios. Si algo es difícil, es que un pastor se siente cuaderno en mano, a escuchar un maestro. Creemos que porque ya predicamos en una congregación ya no hay nada más que aprender. Con cinco años de seminario ya conoceos todo lo que la Escritura tiene que decirnos. Y nos llamamos maestros... ¿de qué? Por eso hay tanto fracaso ministerial. Pastores que se secan, se convierten en fuentes sin agua. Cisternas vacías. Ya no aprenden. Ya no estudian. ¿Su cobertura? les pregunto a veces. ¡Cristo! me responden...
Pero esta respuesta no está en consonancia con las Escrituras.
Cuando Jesús estaba enseñando en una oportunidad, unos escribas y fariseos hicieron una pregunta que sustenta mi tesis: ¿De donde saca éste lo que enseña? Porque debe usted, mi querido pastor cualquiera que sea su ministerio, que para la mente hebrea, nadie puede enseñar si no tiene el respaldo de otro que le enseñe. No que le enseñó. No que cursó materias. No que cumplió un pénsum. No. Que le enseña. Un verbo contínuo. Eso indica que aún Jesús tenía que ir a clases diariamente con Su Maestro para podertener qué enseñar a sus discípulos diariamente. ¿Quién le enseñaba? El Padre. Acudía a su clase todos los días en la madrugada a sentarse a los Pies de Su Maestro.
De allí sacan muchos pastores que ahora quien les enseña es Jesús. Pero resulta que Jesús ha delegado en todos, lea bien, todos, el papel de maestros. Usted es un maestro para su congregación. Usted es un maestro para sus oyentes. Usted es un maestro que enseña la Palabra. Perfecto. Pero... ¿Quién es SU maestro?
Esto corta de un tajo el orgullo ministerial que ya no necesitamos ser enseñados. Error mortal... Si dejo de recibir agua llegará el momento en que mi tubería dejará de fluir.
No confundamos Disciplina Devocional con aprendizaje. Una cosa es que tengamos nuestros momentos íntimos con el Señor todas las madrugadas. Eso es deber cristiano. Mi cita con Jesús en las mañanas es para presentarme ante Él para platicar, para confesar mis pecados, para pedir perdón, para que me imparta Su Paz, para rogarle e interceder por las necesidades mías y de mi congregación. ¿Leer la Biblia? Esa es la parte de la disciplina cristiana para alimentar mi fe, para escuchar su Voz, para confrontar mi vida con la Santidad de Su Palabra. Para que Él me indique dónde estoy fallando.
Pero, además de todo eso, necesito, como maestro que digo que soy, sentarme por lo menos un día a la semana a aprender de otro. Que otro me enseñe. Que otro me nutra. Que otro me vitaminice...
Así que... amado consiervo... ¿Quién le enseña? Aún Pablo, al final de su ministerio, mandó  llamar a Timoteo para que le ayudara a comprender misterios que todavía ignoraba. Pablo, ¿el perito arquitecto? Si, Pablo, el tremendo apóstol necesitaba un maestro. Y qué mejor que su propio hijo espiritual Timoteo. Lea sus palabras: Solo Lucas está conmigo. (Pero Lucas solo me da medicina) ven pronto, Timoteo y trae el libro para que discutamos y aprendamos juntos...
¿Quién te enseña, querido pastor...?
Los mentores espirituales pueden ayudarnos a acelerar nuestro proceso de crecimiento. Al ser humildes y solicitar orientación, abrimos nuestra vida a los milagros.
No importa si nos enseñan de manera formal o informal, si nos sentamos en un salón de clases o nos sentimos atraídos por algo que resuena con nosotros durante una conversación con un desconocido. Lo más importante es que estemos abiertos a expandir nuestro conocimiento.
¿Quién te enseña, querido pastor...?

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