...PREGONAR LIBERTAD... Lc. 4:18

Cuando Dios confronta mi conducta con Su Santidad, lo hace llevándome al desierto. Él mismo dijo a través del profeta: Y la llevaré al desierto y allí le hablaré. El desierto es importante para mi crecimiento. Es importante para conocer mis verdaderos motivos. Es donde me habla de mis intimidades. De esas cosas feas que debo cambiar porque, primero, a Él no le gustan. Segundo, me hacen daño. Me aprisionan. Esas cosas que mi corazón esconde, que pueden ser vicios, ídolos, amores escondidos y muchas cosas más de las que solo usted y yo sabemos, nos mantienen prisioneros y nos hacen doblar las rodillas cada vez que se les antoja doblegarnos. Y, aunque parece que somos fuertes, la verdad de todo es que sin Su Ayuda no somos nada fuertes. Por eso nos vencen. Y nos mantienen encerrados en las cárcel del rechazo, del pecado y nos separan de Su Presencia.

Porque, aunque no nos guste, somos prisioneros de nosotros mismos. No hablo de los presos que están en Mariona o en las de máxima seguridad. Hablo de esas cárceles que se llaman egoísmo. Envidia. Aberraciones. Cosas que nadie más que nosotros y Dios conocemos. Porque, claro, ante los demás nos presentamos como panes caídos del Cielo. Nos presentamos como modelos de virtud. Somos los ejemplos de la juventud actual... Pero hay un problema: cuando cerramos la puerta se muestra en toda su crudeza lo que realmente somos. Y eso es lo que ve el Señor.

Por eso mandó a Jesús. Para liberarnos. Liberarnos de esa doble vida. De esa doble moral. Jesús es muy importante para que podamos ser liberados de esas cárceles cuyas cerraduras están por dentro y no por fuera. Pero... ¡Oh! mala noticia: para hacerlo nos tiene que llevar al desierto. Porque en  esos lugares es donde están los espejos que nos mostrarán lo que tenemos dentro. Es el desierto el lugar donde están los demás presos. Pero la ironía de la vida es que incluso allí no queremos ver la realidad. Preferimos seguir engañándonos y continuar con nuestra miopía espiritual. Sin embargo, si Jesús ya empezó a trabajar, tenga por seguro que terminará su Obra. Eso dice Su Palabra...  ¿Sabía que está bien temer en el desierto? El desierto es un lugar peligroso. Es el lugar de muerte para aquellos sin el cuidado de un guía. Pero el desierto es una realidad. Preferiríamos correr hacia la falsa seguridad de una ciudad, como lo hizo Caín. Dios envió a Caín al desierto. Dios marcó a Caín para protegerlo. Dios deseaba que Caín se confrontara a Si mismo y viera quién era su verdadero guardián y cuáles eran las responsabilidades del guardián. Pero Caín construyó una ciudad. La mayoría de nosotros también lo hacemos. Y Jesús debe venir a destruir nuestras ciudades para devolvernos al desierto donde debemos confrontar nuestra condición débil y correr hacia El. No necesito ser valiente. La valentía en el desierto es absurda. Necesito una mente resuelta; una mente lo suficientemente clara para reconocer que si Dios no me protege, estoy perdido.  Así que Dios derriba los lugares altos y protegidos en nuestras vidas para revelar nuestra aflicción y fragilidad. Y durante todo este proceso, El dice, "Confía en mí." No necesito valor para cambiar. Solo necesito confianza. Dios me saca de mi falso sentido de seguridad para que tenga el tiempo de aprender a confiar.  Esa es la parte que probablemente deseo cuidar. Pero es un mal peor que mis acciones externas. Es la maldad que evita que entre en el cuidado de Dios.

Uno de los propósitos de que Jesús viniera a esta tierra hace dos mil años fue para pregonar libertad a los cautivos. Cautivos como yo... y quizás como usted...

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