PADRE NUESTRO... y los griegos
El pensamiento griego que se introdujo en la iglesia primitiva a través de la conversión de los judíos helenizados afectó mucho los conceptos sobre la identidad cristiana. Jesús dejó un modelo de oración para Su Iglesia, para sus hijos, para los que iban a ser salvos por Su Sacrificio, pero las estructuras griegas fueron leudando el evangelio durante el tiempo que éste lleva en la tierra. Al morir los apóstoles del Cordero, la Iglesia quedó en manos de los hombres que heredaron la Escritura pero sufrió serios daños en su interpretación. Como decimos en Guatemala, cada uno llevó agua a su molino y empezaron a quedar fuera de la Iglesia de Cristo aquellos que no cumplían con ciertos requisitos impuestos por los jerarcas primitivos. La Iglesia se fragmentó. Se olvidaron de lo más elemental que es la unidad y se despedazó, como aquella mujer del A.T. en varios pedazos repartidos entre un montón de gentes.
Hoy, la Iglesia no es nada parecida a lo que dejó Jesús en Hechos, ni mucho menos lo que dejó Pablo. La unidad se perdió, y con la unidad se perdió la identidad. Y con la identidad se perdió la hermandad. Y Dios, el Gran Maestro por excelencia, está vacío de hijos. Porque la Iglesia no tiene padre. Es decir, los que se congregan en los edificios evangélicos y que somos los que componemos el Cuerpo de Cristo, no tenemos Padre en los cielos. Tenemos pastores... pero no Padre.
¿Como así?
Cuando los hombres empezaron a manosear las Escrituras empezaron las divisiones. Lo que prohibió Pablo se volvió a repetir: Yo soy de tal iglesia. Yo soy de tal pastor. Yo soy independiente. Yo soy de Cristo. A mi me gusta fulano de tal. No, a mi me gusta zutano... Y se perdió la hermandad. El famoso Padre nuestro se perdió. Ya no se enseñó en los púlpitos para no hacer sentir mal a la gente de que todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre, que está en los Cielos. ¿Yo hermano de esa gente? ¡Yo!, ¿hermano de esa chusma? ¡Pero ni siquiera se viste como yo! ¿como quiere que sea mi hermano? ¡Vamos...! si no canta, aplaude, ora y se peina como mi pastor... no puede ser mi hermano. Y qué tal este: Si no se congrega en "mi" iglesia no es hijo de Dios, es hijo del diablo... ¡Doloroso!, ¿verdad? ¿Qué dirá Jesús, Pablo, Pedro y los otros de todo esto...? Si Dios es mi Padre inmediato, y El es tu Padre inmediato, entonces estamos unidos por lazos sanguíneos espirituales. Nos pertenecemos el uno al otro. Jesús lo deja abundantemente claro en el pronombre, nuestro. El es el Padre de cada uno de nosotros, juntos. Y cuando nos acercamos a EL, lo hacemos como parte de Su familia inmediata. Nuestra presencia ante El no es individualista. Nos representamos mutuamente. Somos Sus hijos, plural. Necesitamos pensar en nosotros mismos como Sus hijos, plural. Este concepto corre profundamente en la Escritura. Cuando uno peca, nos afecta a todos. Cuando uno duele, todos clamamos. Cuando uno se regocija, todos bailamos. Cuando uno se pierde, todos lloramos. A fin de cuentas, El es nuestro Padre.
Este es el pensamiento de apertura en el modelo de oración. ¿Comprendiste eso? Lo primero en la oración es que comprendamos nuestro vínculo común. La oración comienza con "nosotros," no "yo". Solo los tengo a ustedes, mis hermanos y hermanas. Pero, a causa de tanta separación... no tengo verdaderamente una familia. .Quizás debamos comenzar a orar de nuevo.
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