Es un axioma natural del ser humano: Buscar protección. Es todo lo que necesitamos. Alguien o algo que nos proteja. ¿Contra qué o contra quien? Contra cualquier cosa que amenace nuestra seguridad. Sean ladrones, violadores, delincuentes o desastres naturales.
Por naturaleza mantenemos un terror contra todo lo que nos mueva de nuestra zona de confort. El desempleo. La pérdida de la paz y la salud. Por eso buscamos la protección incluso de cosas o fetiches aunque sean aborrecidas por Dios. No importa. Somos cristianos pero, en cuanto nos falla la fe para creer que el Señor es nuestro Protector, buscamos el cobijo de los ídolos. Uno de ellos, el más cruel, es el dinero. O Mamón. Nos esclavizamos a este espíritu con tal que no nos falte "por si acaso".
Una vez más, por eso era necesario que viniera Jesús. Porque sin Su Ayuda seguiríamos siendo esclavos del temor y de los ídolos que nos ofrecían seguridad. Por algo Él vino a libertar a los oprimidos. Oprimidos por la angustia, por la duda, por la ignorancia, por eso y mucho más... Él vino a darnos libertad.
¿Pero en verdad deseamos ser librados? Librados significa enfrentar la realidad como es, sin fantasías, sin vendajes, sin protección de ídolos. Quizás no nos liberamos tan rápido porque es aterrorizante. ¿No es eso lo que sucede cuando regresamos a los ídolos que hemos intentado dejar? Buscamos las mismas cosas que nos separan de Dios. Nos alejamos del Dios de las huestes y nos retiramos en la tierra de la esclavitud. ¿Por qué? Por protección, evidentemente.
¿Que nos atemoriza tanto que corremos hacia los patrones antiguos? Sospecho que nos da mucho temor la muerte de nosotros mismos. La razón por la que no buscamos la protección de Dios es que Dios no protege nuestros engaños e ínfulas. La protección de Dios es protección de la realidad. Es protección en el desierto. Y el desierto es el último lugar donde deseamos encontrarnos. El desierto expone la verdad de quién somos.
Escuché decir a un predicador que debemos tener el valor de cambiar, pero eso no da en la meta. Comprendo que debemos cambiar (por lo menos una parte de mi reconoce que no deseo continuar así); pero si soy perfectamente honesto, encuentro que parte de mi prefiere a mis ídolos. Me gusta la casa del engaño. Es reconfortante. No tengo que enfrentarme a mi mismo ante el espejo. La posibilidad de perder esos engaños me confronta con grandes peligros sicológicos (identidad, fortaleza emocional, etc.). Quiero cambiar sin dolor. No creo que pueda tolerar lo que implica hacer lo que tengo que hacer. Sé que mis ídolos no me traen paz real, ni descanso ni consuelo. Pero los conozco. Son familiares. Me han arrullado en un falso sentido de escape muchas veces. La tentación de quedarme allí es grande.
Existe una razón por la que Dios aleja a los israelitas de Canaán y los lleva al desierto. Existe una razón para dejarlos allí por cuarenta años. Tuvo que sacar de ellos el deseo de regresar a los engaños de la esclavitud egipcia. Tuvo que remover el falso sentido de seguridad que viene de lo familiar. La idolatría no satisface. Anestesia, pero no cura. Así que quiero cambiar. Pero no es tema de valor. El hecho sencillo es éste: ¡No puedo cambiar! No solo no sé cómo, soy incapaz de ejecutar cualquier cambio real en mi conducta, porque mi voluntad ha sido corrompida por el ídolo. Estoy perdido en una casa de espejos. Todas las direcciones parecen iguales. No necesito valor. Necesito guía. Y esa guía es la que Jesús me ofrece para hacerme libre de todo lo que me ata al mundo del pecado. Ya no quiero vivir oprimido por todo lo que me rodea, tengo que reconocer que necesito de Su Poder liberador para poder ser verdaderamente libre... ¿Y usted...?
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