LA IRA, LOS INSULTOS Y MÁS...

Un antiguo cuento relata la historia de un anciano maestro del arte de la guerra, capaz de derrotar a cualquier adversario pese a su edad. Un día fue retado por un guerrero con fama de invencible, mucho más joven y fuerte.  Su técnica consistía en provocar la ira del adversario y aprovechar sus errores. Nunca había perdido un combate.  El anciano maestro y el joven guerrero se reunieron en la plaza de la ciudad para batirse, y durante horas el joven guerrero escupió, burló, ofendió e insultó al anciano, a su familia y antepasados, pero el viejo maestro no se inmutó.  Al final, agotado y humillado, el joven guerrero se retiró y los discípulos preguntaron al maestro cómo había soportado tal indignidad cobardemente, sin sacar su espada aun a riesgo de ser vencido por el joven.  El maestro les dijo: "Si alguien te hace un regalo y tú no lo aceptas, ¿a quién pertenece ese regalo?".  A quien intenta entregarlo, respondió un discípulo.  Pues lo mismo vale para la rabia, la ira, los insultos y la envidia -dijo el maestro-: Cuando no son aceptados continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo...

Desgraciadamente los cristianos no hemos concebido esta actitud para con los que nos ofenden y hieren...  Especialmente con los incrédulos. Estamos listos para responder de acuerdo a lo que nos provocan. Y eso, sin saberlo nosotros, le da derechos al enemigo para avergonzarnos delante del Señor. Y con mucha razón. Perdemos los estribos fácilmente. Nos dejamos llevar por esas emociones que debiéramos haber rendido hace mucho tiempo a los Pies de nuestro Maestro. Acaso ¿no fue eso lo que enseñó Jesús? Pero claro, poner la otra mejilla, ir la segunda milla, entregar la túnica no es nada fácil. Pero es que Él nunca dijo que fuera fácil. Solo dijo que lo hiciéramos.

Aquí no caben dichos como los que conocemos de sobra: Hay que ser mansos, pero no... Mmmmmm. ¿Quién dijo eso? No fue Jesús. Él dijo e hizo. Enseñó y practicó. Mostró con sus hechos que lo que decía se podía vivir... Y, con pena tengo que escribir esto: Si decimos que somos sus discípulos debemos imitarlo en esas "pequeñas" lecciones.

Por eso fue que atacó de frente a los religiosos de su tiempo. Incluso dictó una sentencia lapidaria a sus seguidores: Hagan lo que dicen, pero no lo que hacen.

 

Soportar la ira, los insultos y ultrajes como los de la vieja historia no son acciones voluntarias. Se necesita conocimiento del enemigo. Y el enemigo no es el que está afuera. Es el que está adentro. Dentro de nosotros existe ese ser que no quiere ser humillado. Que no quiere ser relegado al segundo lugar. Por eso asoma su fea cabeza y nos hace ser, precisamente, humillados, rebajados al más bajo nivel en la escala de valores. Un respetado pastor contó que tuvo que ir a hacer un trámite a una oficina del gobierno y el oficial que lo atendió lo trató mal. Le puso un montón de trabas para su trámite y le exigió de mala manera algunos detalles. Cuenta el pastor que estuvo a punto de expresarse con palabras de acuerdo a la conducta abusiva de su interlocutor, pero... "me mordí la lengua". No quiso poner en tela de juicio su ministerio, su Iglesia y su testimonio. Se mordió la lengua. Esa historia me hizo reflexionar cuántas veces he tenido la oportunidad de morderme la lengua y no lo he logrado. Pero escuchando su experiencia, sentado en mi silla mientras me daba el púlpito, recapacité en esa acción de mi hermano... y me motivó a escribir este artículo.

No recibamos esa clase de regalos que solo nos pueden hacer daño. Como el anciano guerrero de la historia, rechacemos ser humillados por nuestros contrincantes, aunque para el resto de los que nos observan, pasemos por cobardes y miedosos. Que se lleven su regalo a otra parte... Y el cielo dará un aplauso a Aquel que nos sostiene con su Diestra...

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