BETESDA... 38 años

Casa de Misericordia. Es el nombre del estanque. Estaba situado cerca del Templo de Jerusalén y todo judío sabía lo que había en ese lugar. Era un lugar apestoso a sudor y pobreza. No importaba la clase social, todos estaban allí esperando algo ansiosamente: un milagro. Se contaba que cada cierto tiempo, sin que nadie supiera la hora y el día, un ángel removía las aguas y el que primero bajara quedaría sano de la enfermedad que estuviera sufriendo.

Es sábado. El día sagrado para los judíos. Nadie debe hacer nada. Está ordenado en la Ley de Moisés que es día de reposo nacional. Así que en la Casa de la Misericordia ningún judío llegará ese día a hacer algo por los necesitados. No solo están postrados, enfermos y necesitados de un toque, de un pan y de salud, sino también de misericordia... Pero no ese día. Hoy es sábado y no hay espacio para la misericordia. Hoy que aguanten hambre. Que aguanten soledad. Que aguanten el dolor de que no haya nadie que les dé vuelta y que sus cuerpos entumecidos se entumezcan aún más. Hoy es sábado... Algunos de los enfermos tenían suficiente dinero como para tener a su lado algún sirviente que le ayudara y que estuviera atento a la visita del ángel. Otros pagaban para que les dieran de comer en la boca. Eran los ricos. Los que tenían sus posibilidades de pagar un buen hospital. Ellos incluso, compraban los primeros lugares del estanque para ser los primeros en sanar cuando llegara el momento. El dinero abre puertas, incluso en la Casa de la Misericordia.

Ciertos enfermos yacían por años y años en total mendicidad, esperando el momento de la sanidad que nunca llegaba. El estado de algunos era deplorable. Escaras malolientes y piojos se podían ver con solo observar el cabello de ciertas mujeres. Ante esa realidad tan perversa, Cristo pasó de largo a los más aptos, los más ricos y   los que menos necesitaban la sanidad. Se dirigió hacia uno de los rincones olvidados del estanque de Betesda y encontró a un hombre que esperaba por su milagro hacía treinta y ocho años. Nadie sabe su nombre, pero, seguramente era un pobre. Su familia, ocupada con su propia supervivencia, se había olvidado de él hacía décadas. Todos le habían olvidado, menos Uno. Precisamente por eso había venido al mundo. A salvar a quien se había perdido. Y este hombre estaba bien perdido en la enfermedad, en la amargura, en la conmiseración... en la soledad. Y, en lo que se dice "amén", Jesús le dijo: ¿Quieres sanar? Y en seguida le ordenó: Toma tu camilla y vete. Los guardianes de la moral  acusaron a Jesús de hacer trabajo el día menos indicado. Pero a Él no le importó. Lo que sí le importó fue que no era justo que este hombre que ya llevaba treintiocho años esperando su milagro no lo obtuviera estando Él por allí...

Como tampoco Él permitirá que usted no reciba su milagro largamente esperado. Quizás no espere tantos años como el paralítico de Betesda. Quizás sean más, no sé... lo que si sé es que Jesús anda por allí buscando paralíticos que necesiten un milagro. Posiblemente usted sea el siguiente...

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