EL ORGULLO

Aunque nos estemos ahogando no pedimos ayuda... hasta que el agua empieza a llenar nuestros pulmones y sentimos que la vida se nos va, empezamos a buscar ayuda de otros. Fui salvavidas en mi juventud allá en mi natal Guatemala. Y pude ver a mucha gente, hombres especialmente, que, aunque no sabían nadar se internaban dentro del mar quizá para presumir o sentirse bien con ellos mismos. El asunto es que al poco tiempo, cuando el mar les llevaba hacia adentro y el fondo desaparecía bajo sus pies, luchaban por salir. En el intento se agotaban y empezaban a hundirse... a tragar agua. Hasta en ese momento movían los brazos para pedir socorro...
En un buen castellano eso se llama orgullo.
Es el orgullo es el que no nos permite sentirnos débiles. Necesitados. Hambrientos. Sedientos.  Somos seres humanos, somos hechos del polvo y Dios dejó en nosotros la necesidad de depender de los demás para muchas cosas esenciales para la vida. Ya lo dijo la Madre Teresa: Usted no puede hacer lo que yo hago. Yo no puedo hacer lo que usted hace. Nos necesitamos todos a todos. Pero para aceptar esa necesidad debemos dejar el orgullo por un lado. No lo sabemos todo. No lo tenemos todo. Somos un pequeño jardín que necesitamos el cuidado de otros. Es cierto, tenemos dentro de nosotros un ecosistema en miniatura. Por eso es que sabemos que tenemos algo que otros no tienen. Sabemos algo que otros no saben. Pero el orgullo nos destruye y el ecosistema interno se pudre, se descompone al no compartirlo con quien lo necesite. Lo mismo aplica a quien necesita algo pero se niega a pedir... por orgullo. Ya lo dijo Jesús: Pedid y se os dará. Tocad y se os abrirá. Pero de leerlo a hacerlo hay mucho trecho. ¿Qué cosas necesitamos? ¿Qué puedo pedirle a otros que yo no tenga?  Yo no puedo darme una palmada en la espalda para alentarme y seguir adelante... necesito las manos de otro. Yo no puedo decirme que me amo, necesito la voz de otro... Yo no puedo visitarme cuando estoy enfermo, necesito la visita de otros...Yo no puedo levantarme y volar hacia mi meta... necesito la ayuda de otros.  Pero el orgullo se interpone en el camino cuando nos decimos a nosotros mismos que somos fuertes y que no deberíamos cargar a los demás con nuestros problemas. Pero estos pensamientos promueven el vacío, aislamiento y separación de los demás y de la fuente de toda alegría. Cuando creo que no debo buscar ayuda en otros me vuelvo una isla. Cuando creo que no necesito que me levanten cuando caigo me convierto en un árbol inerte... Donde el árbol cae, allí quedará dice la Escritura.
Hoy quizá usted necesite compartir  alguna tristeza... llame a alguien. Quizá hoy necesite abrazar a alguien y sentir el calor humano de otra persona... busque a su amigo o amiga. Talves hoy necesite compartir un regalo y dar algo suyo... piense en otro. Su jardín talves necesite cierto cuidado el día de hoy... busque un jardinero que pode sus ramas que no dejan que la luz del Sol penetre a su interior...
Aprender a resistir la tentación de aislarse requiere un poco de práctica, pero el resultado puede ser milagroso. Al contestar el teléfono, acompañar a un forastero a un café o ayudar a alguien necesitado, rompemos el ciclo. Estas pequeñas medidas proactivas de comprometerse con los demás nos reconectan inmediatamente con nuestro Creador.

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