¿DONDE ESTÁS, ADÁN...?

Génesis 3:9 nos da una gran enseñanza a todos los cristianos. Según nosotros, somos libres totalmente. Eso ha enseñado la religión. Jesús vino a libertarnos. Por eso somos libres. Ya no estamos obligados a rendirle cuentas a nadie. Ya no tenemos obligaciones con nadie. Ya no debemos sujetarnos a nadie... Pero es un craso error...
Jesús nos vino a libertar del yugo del pecado. El vino a libertarnos de la fuerza que el pecado ejercía sobre nosotros. Es decir, nos vino a libertar de un amo pero a partir de ese momento, Él se levanta como nuestro Amo. Es decir, no hay libertad absoluta. Nadie es libre. O usted es esclavo del pecado o es esclavo de Cristo. O usted está esclavizado al pecado y todas sus miserias... o está esclavizado a la Santidad de Dios. No hay opción. No hay camino neutro. No hay zonas grises. O blanco o negro. Caput...
Eso fue lo que ignoró Adán. Y se lo llevó la tristeza... como a muchos de nosotros. Por ignorar las Escrituras.
Génesis cuenta que Dios había puesto al hombre en el Jardín del Edén. Lo puso allí para que lo labrara. No para que estuviera contemplando la creación. Es cierto, debemos dedicarle un tiempo a la contemplación del mar, de las montañas, de las nubes, de la naturaleza... Pero luego de eso hay que regresar a trabajar. No fuimos creados para estar ociosos sino para crear, para hacer que el Huerto del Edén avance. En fin, Adán fue puesto en el Huerto para que anduviera a plena luz del día... Para que cuando el Señor llegara a visitarlo él estuviera en ese lugar, atento a Su Llegada y atenderlo como Dueño Absoluto del Jardín...
Pero cometió un error. Comió de algo que no le pertenecía. Le habían prohibido expresamente que no comiera de cierto árbol pero desobedeció. Pudo más su lujuria por la comida que la obediencia al Señor, a su amigo, a su Creador. Y, claro, usted sabe el resto de la historia: Se escondió...de Dios.
Y llega el momento más temido de Adán. El momento en que Dios llegaría a platicar con él. ¿Qué le voy a decir? ¿Cómo lo voy a recibir? ¡De plano que se me nota que comí de lo que me dijo que no comiera! Y tomó una decisión... se escondió. Y Dios llega. Y lo busca. Y le llama por su nombre... ¡Adaaaannnn! ¡Adaaaannnnn! ¿Donde estás, Adán? ¡Qué pregunta! ¿verdad? Pero lo que Dios realmente le está diciendo al hombres es ¿Por qué no estás donde te puse? ¿Por qué no estás a la luz del día? ¿Por qué estás en las tinieblas? ¿Por qué te escondes de mi, Adán? ¿No nota usted en estas dolorosas preguntas el sufrimiento de Dios hacia su amigo? Dios sufre cuando nos escondemos de Él. Dios sufre con nuestro desprecio. Dios sufre cuando no estamos en el lugar donde Él nos quiere hablar...
Pero, como Adán, nosotros también nos escondemos. En el cine. En la sala de la casa y nos quedamos con la TV. Nos escondemos en los estudios. En la comida. En el círculo de amigotes. En la cama. Bajo las sábanas. Nos escondemos en un matrimonio. Por un hijo. Por un partido de fut bol. Por una religión. Por una costumbre. Nos escondemos en la playa. En el sexo. En la pornografía. En los chismes. Nos escondemos de Dios en la oscuridad de nuestras bajas pasiones. Nos escondemos de Dios en el dinero. En la tarjeta de crédito... En el qué dirán...
Si Dios bajara físicamente hoy y preguntara por usted...  ¿Estará usted en el lugar donde Dios habla? ¿En la luz o detrás de un árbol? ¿Al descubierto o escondido en un motel?

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