PADRES IMPOTENTES

Éxodo 4:24-25  2”Y aconteció que en una posada en el camino, el SEÑOR le salió al encuentro y quiso matarlo. Entonces Séfora tomó un pedernal, cortó el prepucio de su hijo y lo echó a los pies de Moisés…”


Bueno, el mes pasado se celebró el día de la madre. Bombos y platillos por todos lados. Excelente. Las madres merecen todo nuestro respeto y admiración.  Restaurantes llenos.  Regalos, rosas y flores de toda clase. Las madres son únicas. Una diana para ellas.


Este mes se celebra -hipotéticamente-, el día del padre. Pero los restaurantes no estarán llenos. Nadie hará reservación para llevar al padre a comer algo especial, con algunas excepciones por supuesto. Es una fiesta en el calendario pero no en el corazón de muchos hijos. El padre es el padre y nada más. 


Eso lo he visto desde muchos años atrás cuando empecé a estudiar la familia. Especialmente la familia cristiana. Mi tesis doctoral se basó precisamente en ese tema. Aprendí mucho con la ayuda de mi profesor que me dio algunos libros sobre el tema y algunos amigos que me prestaron algún material para sacar mis conclusiones. 


¿Por qué el título de este escrito? 


Porque tristemente hay madres que no permiten que los padres ocupen su lugar de autoridad en la vida de sus hijos. Claro, no todos están capacitados para ejercer esa autoridad delegada por Dios porque sencillamente, cuando fueron niños, fueron abusados, tratados con violencia y les deformaron el concepto de autoridad. Pero no todos han tenido ese problema. El problema lo han tenido cuando tienen por esposa a una mujer que -como la gallina-, protege desmedidamente a sus hijos. Y de eso se trata la vida de un amigo que tuvo la confianza de contarme su problema matrimonial y familiar. 


Cuando nació su primer hijo, este amigo tuvo la osadía de circuncidarlo. Es que mi amigo era judío y tenía que cumplir la Ley de Dios que le ordenaba hacerlo con su hijo para identificarlo como un descendiente del Pacto de Dios con su pueblo. Eso no le gustó a su esposa. Ver salir sangre del cuerpo de su hijito. Apenas con ocho días de nacido y ya está sufriendo el pobrecito. “Yo no sé qué clase de Dios es el tuyo, pero no me gusta lo que pide para formar parte de su linaje. Si me hubieras avisado que esto iba a ser tan horrible, no te lo hubiera permitido” fueron quizá sus palabras. “Si vuelvo a quedar embarazada, ni sueñes con que al bebé que tenga le vas a hacer sufrir esto”. 


Y así las cosas, desde ese momento, mi amigo ya no pudo intervenir en la educación y formación de su hijo mayor. Los pleitos fueron de aumento en aumento. El pleito era entre la madre que impedía que el padre formara a su hijo como todo un hombrecito. No permitía que le quitara los excesos que todo niño mimado tenía con sus padres aunque les faltara el respeto. Si el niño le daba una cachetada a mamá y mi amigo acudía con la vara en la mano, ella se interponía para que no lo corrigiera: “no me pegó, solo me quiso acariciar pero un poco fuerte” eran sus excusas. 


Y, dicho y hecho: Volvió a quedar embarazada del segundo hijo. 


Pasaron los famosos ocho días y mi amigo ya no pudo ejercer su autoridad para quitarle el prepucio como lo había hecho con el primero. “A mi bebé no me lo vas a tratar como al primero. Primero pasas sobre mi cadáver que hacerlo llorar con esas tus costumbres tan feas”. Imagínese usted los diálogos. El padre impotente de cumplir el mandato divino. Impotente de hacer de su hijo pequeño todo un sacerdote para su Dios. Impotente de hacerlo estudiar las ordenanzas de Dios para su bien. Impotente de educarlo con buenas costumbres y el temor a Jehová. Mami no lo permitió. A mamá no le gustaba que su niño recibiera un buen par de azotes para quitarle los excesos de abusos y faltas de respeto.


Y Dios llama a mi amigo para que fuera a cumplir un mandado a otro país. Pero en el camino Dios trató con él. Estuvo a punto de morir por el trato de Dios sobre su vida. Su esposa -que lo acompañaba en el viaje-, se dio cuenta de la falta de obediencia que ella no había permitido hacer con el hijo menor. Ella tuvo que tomar un cuchillo y cortarle el “exceso” a su bebé. ¿Por qué tuvo que hacerlo ella? Ella no estaba autorizada a hacer tal cosa. Eso era oficio del padre. Podemos imaginar la ira que ardía en su interior cuando en un arrebato de cólera, toma el prepucio de su hijo y se lo tira a su esposo a sus pies despreciativamente. 


Moisés y Séfora. Esos son los nombres de mis amigos que tuvieron esa amarga experiencia que prácticamente les costó su matrimonio. Ella se regresó a la casa de su padre y él siguió su camino a Egipto sin su compañía. Pasaron varios años para que se volvieran a juntar. Pero los hijos de Moisés no heredaron ningún ministerio que Dios pudo darles para honrar al hombre valiente que tuvo que sufrir la sobreprotección de su esposa sobre sus hijos. 


Si algún matrimonio se parece a esta historia, es pura coincidencia. 

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