¿QUE ES TRIUNFAR EN LA VIDA?

Marcos 10:35  “Y se le acercaron Jacobo y Juan, los dos hijos de Zebedeo, diciéndole: Maestro, queremos que hagas por nosotros lo que te pidamos”


En mi congregación han habido hermanos que nunca se identificaron como hermanos. Asistieron, escucharon, ofrendaron y cantaron los coros los domingos. Nunca faltaron a los cultos. Siempre se sentaron en los mismos lugares. Nunca saludaron a nadie. Nunca participaron en bendecir a nadie. Nunca interactuaron con nadie.


Fueron islas en medio de todos nosotros. Hasta que se cansaron y se fueron. No dejaron tras de ellos nada digno de recordar. No dejaron ninguna estela de recuerdos o experiencias. Es más, cuando se fueron no dijeron a nadie “adiós, hasta la vista”.  Lo doloroso de todo es que nadie se recuerda de ellos. Cuando, al domingo siguiente llegaron todos, nadie los echó  de menos. Nadie se dio cuenta que ya no estaban. Nubes sin agua. 


¿Que es triunfar en la vida entonces? Jesús ya lo dijo: “El que quiera ser grande que se ponga a servir”.  ¿Que eco pueden tener estas palabras de Jesús en la sociedad cristiana actual?  Nadie quiere ser hoy ni grande ni héroe, ni santo.  Basta con “triunfar” logrando una buena calidad de vida, éxito profesional y un bienestar afectivo suficiente.


El ideal no es crecer y ser persona.  Lo importante es sentirse bien, cuidar la salud, gestionar bien el estrés y no complicarse la vida.  Lo inteligente es vivir a gusto y tener siempre algo interesante que hacer o contar. En una palabra: “Ser un triunfador”.


¿Y los demás?  ¿Quien piensa en los demás?  Lo que haga cada uno es cosa suya.  No vamos a meternos en la vida de los otros.  Hay que ser tolerantes.  Lo importante es no hacer daño a nadie.  Respetar siempre a todos.  Eso sí, a ser posible es mejor vivir sin tener que depender de nadie.  Mantener una sana independencia, sin quedar presos de ningún vínculo exigente.  Hay que ser hábil y no asumir compromisos, responsabilidad o cargas que luego nos impedirán vivir a gusto. 


¿Servir a los demás?  Un “triunfador”  no entiende exactamente qué quiere decir “servir”.  Más bien tiende a servirse de todos utilizándolos para sus intereses y juegos.


Pero, repito la pregunta: ¿qué es triunfar en la vida?  Con frecuencia, este individuo autosuficiente y triunfador  termina sintiéndose más frágil y perdido que lo que nunca pudo pensar.  Poco a poco puede quedarse sin raíces ni alegría interior, centrado en si mismo, encerrado en la soledad de su propio corazón.  El riesgo de todo triunfador es caer derrotado por su falta de amor. 


Según Jesús, si alguien quiere triunfar en la vida ha de saber amar, salir de su narcisismo, abrir los ojos y ser sensible al sufrimiento de los demás.  No es una piadosa consideración cristiana.  Mientras creemos estar triunfando en la vida la podemos estar estropeando cada día un poco más.  Nadie es triunfador si no hace más feliz la vida de los demás.


Estos discípulos de Jesús no pensaron en los demás. Ellos eran los importantes. Para ellos era todo el futuro que Jesús prometía. No incluyeron a sus hermanos en su petición. Fueron personas como nosotros: egoístas, egocentristas y ególatras. Su ego estaba tan profundamente enraizado en su corazón que cuando tuvieron la oportunidad de acercarse al Maestro le pidieron las mejores sillas en su Reino. Le pidieron las mejores posiciones. Querían estar sobre los demás. 


Que cada quien viva a su manera. Lo importante somos nosotros. Los demás que vean como salen de sus conflictos y problemas. ¿Conoce usted el “síndrome Genovese”? Los que estudiamos la personalidad humana lo estudiamos en una de las clases de psicología. Se lo contaré…


En 1964, una mujer llamada Kitty Genovese fue asesinada a puñaladas en una calle de N.Y. Kitty, de veintiocho años, era camarera en un bar.  La violaron y apuñalaron aproximadamente a las tres de la mañana a unos treinta metros de su piso en Queens.  Pidió ayuda a voces, pero, aunque varios vecinos oyeron sus gritos, nadie acudió en su ayuda.  A Kitty Genovese la atacaron, abusaron de ella y la mataron delante de treinta y ocho testigos… Treinta y ocho personas presenciaron la agresión, y ni una la socorrió o llamó a la policía. 


A esto se le llama “Efecto espectador” o “Síndrome Genovese”. Pero no nos extrañemos: En la iglesia de Cristo hay espectadores que están viendo necesidades en sus hermanos y nadie hace nada por ayudarles. No solo a Kitty la dejaron sola, a merced de su atacante, muchos Kittys de hoy también han quedado solos. 


Si, Jacobo y Juan, los hijos de Zebedeo no fueron los únicos de esta historia. En esta historia estamos todos. Aunque nos duela reconocerlo, estamos todos.  ¿Alguien dice amén?  


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