ROMPIENDO EL ODRE: ABIGAIL
1 Samuel 25:3 “El hombre se llamaba Nabal, y su mujer se llamaba Abigail. Y la mujer era inteligente y de hermosa apariencia, pero el hombre era áspero y malo en sus tratos, y era calebita…”
¿Quien era esta preciosa mujer que la Biblia describe con tanto esmero? Indudablemente era una esposa como muy pocas, conociendo el carácter cruel, hedonista y narcisista de su esposo.
Abigail era una mujer inteligente. Sabìa como manejar su hogar, como administrar sus posesiones y como atender a sus criados. Lo demuestra cuando se da cuenta del maltrato de su esposo hacia los enviados de David cuando le envía a pedir provisiones en reciprocidad del cuidado que ellos han tenido para sus rebaños y trabajadores. Ella se entera de la crueldad y el mal agradecimiento de Nabal y toma la decisión màs sabia que una mujer puede tomar: Arreglar el pecado de su necio esposo. Toma unos animales, los carga con provisiones y se decide a ir al encuentro de David quien aún no tiene una posición de importancia en Israel.
Abigail es un ejemplo de las personas temerosas de Dios que deciden ser diferentes. Abigail es el ejemplo de un cristiano que conoce sus deberes de empatía, agradecimiento y reciprocidad hacia el bien recibido. Abigail no se conforma con pensar que si su esposo cometió un error, que sea èl quien lo arregle. Ella misma lo expresa en estas hermosas palabras, “Sea sobre mi su culpa”.
Y es que habrá veces en que tengamos que tomar decisiones que van contra la razón. ¿Que necesidad tenía Abigail de reparar el daño que Nabal había hecho? ¿Que responsabilidad tenía para tomarse el trabajo de llevar provisiones a David cuando no era realmente su obligación? Sin embargo ella no pensò de esa manera. Ella vio màs allà de lo que vemos normalmente. Ella se interpuso entre el pecado de su esposo y el castigo que se merecía. Ella salvó no solo su casa, su hacienda y también a sus trabajadores. Porque la ira de David era incontenible para ese momento. Ella fue el pararrayos que detuvo la tragedia. Ella fue la heroìna que detuvo la muerte que se avecinaba.
Es lo que Dios espera de cada uno de nosotros. Que tengamos el valor de frenar un poco la vorágine del dìa a dìa y conectar con algo màs profundo, porque hay conductas que no se cuentan a menos que uno las haya vivido. Cuando estamos en Cristo, podemos empezar a mirar la vida desde otro lugar porque nos damos cuenta que hay cosas que ya no tienen sentido, cosas que quizá antes tolerábamos pero que llega el momento de romper con esos lazos que nos destruyen, que nos incapacitan, es ese momento en que llegamos a decirnos a nosotros mismos: esto no lo quiero màs para mi vida, y si a los demás les molesta, bueno, que cada quien revise lo que no le gusta.
Porque nuestro trabajo no es cuidar el ego ajeno, es cuidarnos a nosotros mismos, porque callar esa voz interna que nos pide que nos liberemos de yugos que Dios no nos ha puesto, es callarnos y ser cómplices de nuestra esclavitud al que dirán, es sostener una bomba de tiempo y sabemos bien que un dìa explotará sin que nos demos cuenta, porque lo que reprimimos hoy, nos lo van a cobrar mañana, en tristeza, en ansiedad, en enfermedades que no entendemos pero que tienen nombre emocional.
Eso fue lo que Abigail empezó a comprender. Vivir con un hombre con el carácter violento, abusivo y exigente de su esposo, la había llevado a un nivel de vida que ya no era ella sino su baja autoestima la que estaba soportando aquella personalidad egocéntrica de Nabal. Ella, cuando vio la mala conducta llevada al extremo por el hombre con el que vivía, tomó la decisión màs importante de su vida: Tengo que romper con este lazo que me subyuga y me hace soportar cosas que no fueron hechas para mi.
Para Abigail, encontrar la verdad de su matrimonio que era un circo solamente, la llevó a expresar pensamientos que quizá nunca se había atrevido a expresar. Porque muchas veces hablarse a uno mismo no es un lujo, es un acto de salud, un acto de libertad, un acto de justicia interna por qué seguimos diciéndole si a cosas que sabemos que no nos hacen ningún bien, que no nos suman sino nos restan valor, personalidad, estabilidad y salud emocional. Hablar a nuestro espíritu en lo secreto de nuestra soledad es decirnos a nosotros mismos por qué seguimos aguantando comentarios que nos lastiman como si no valiéramos nada, por qué seguimos reprimiendo nuestras emociones para que los demás no se sientan incómodos.
Nabal era un hombre ingrato. Mal agradecido con todos, incluyendo con su esposa quien cumplía sus deberes diarios soportando quizá, un lenguaje profano, palabras hirientes, humillaciones de las cuales ella un dìa se cansó. Se cansó de seguir viviendo incómoda con ella misma, se cansó de seguir tragando lo que duele, callar lo que sentía, sin atreverse a darle voz a su historia.
Seguramente tanto usted como yo, hoy sabemos que hemos estado viviendo bajo la autoridad humillante de nuestro propio Nabal. Porque hoy no es un hombre físico, es ese ser ingrato que nos hace doblar nuestra cerviz ante el pecado, ante la ingratitud, el mal agradecimiento, el egoísmo y el narcisismo. Nabal hoy no es un hombre o una mujer. Nabal es mi propio yo que quiere imponer su autoridad por sobre mi voluntad que quiere volar como dijo David en su salmo: Quien me diera alas como de paloma...
Romper el odre significa decir: ¡Basta! Ya no más esclavitud a lo que Dios aborrece.
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